
El éxito de Sin City hace un par de años puso de moda en Hollywood a su creador, Frank Miller; era de esperarse más adaptaciones de sus obras para la gran pantalla y así es como llegamos a 300, en el que el celebrado autor pasa revista a la batalla de las Termópilas, donde 300 soldados espartanos se enfrentaron al inmenso ejército persa. Y si se están esperando una aburrida lección de historia o un film épico a la mayor gloría de joyas de antaño como Espartaco o Ben-Hur, harían bien en recordar que si bien está basado en hechos reales, este film es, antes que cualquier otra cosa, un cómic.
Desde el principio hasta el final, 300 es un espectáculo visual de primer orden. Filmada, al igual que Sin City, utilizando fondos generados por computadora y usando la novela gráfica casi como un guión, la película nos transporta hacia una antigua Grecia cargada de elementos fantásticos. Es cierto, 300 valientes soldados se enfrentaron a un interminable ejército en Esparta; pero para todo lo demás, Miller, junto con el director Zack Snyder, se tomaron infinitas libertades. A menos que los persas hayan peleado con rinocerontes con armadura, elefantes gigantes o trolls deformes que parecen descendientes de los orcos de El Señor de los Anillos, dudo mucho que se haya apegado mucho a los libros de historia.
Básicamente, 300 es una película para hombres: está cargada de testosterona, heroísmo, actitudes machistas, violencia a cantidades y guerreros musculosos que parecen instructores de Gold’s Gym que alcanzarían para todo un año de ediciones de la revista Playgirl (suficiente motivación para meterse a un gimnasio). Todos los hombres son fuertes y aguerridos, las mujeres espartanas serviles y sensuales y nada aquí es sutil. Los discursos son bombásticos, las batallas hiper-estilizadas y sangrientas y Leonidas, un líder férreo y casi mítico, interpretado con una palpable intensidad por Gerard Butler, que luego de esto ya se merece más reconocimiento.
Lo admito, la trama es prácticamente nula. 300 soldados van a la guerra y les rompen la cara, y eso es todo. Hay una intriga política y un poco de romance, pero son meros rellenos para una historia que nunca se quiere mover del campo de batalla. La narrativa no es su punto fuerte, pero tampoco fue hecha para eso.
300 es un espectáculo, uno que debe disfrutarse en pantalla grande con sonido digital y una gran bolsa de palomitas en la mano: es ese tipo de película. Y aunque tenga fallas, uno no puede negar que el trabajo técnico es impecable. Cada toma de esta película es de fantasía, un deleite visual como ninguno y la interminable serie de batallas coreografiadas y viscerales son una inyección de adrenalina que te hace salir del cine con ganas de lanzarte al combate.
Dentro de una época en la que cada película es un remake o secuela, algo como 300 emerge como un proyecto original y divertido. No es profunda, pero no quiere serlo (aunque el tema diga lo contrario) y no es Ben-Hur para nada. Es otro cómic de carne y hueso, sumamente divertido y cargado de energía.
Desde el principio hasta el final, 300 es un espectáculo visual de primer orden. Filmada, al igual que Sin City, utilizando fondos generados por computadora y usando la novela gráfica casi como un guión, la película nos transporta hacia una antigua Grecia cargada de elementos fantásticos. Es cierto, 300 valientes soldados se enfrentaron a un interminable ejército en Esparta; pero para todo lo demás, Miller, junto con el director Zack Snyder, se tomaron infinitas libertades. A menos que los persas hayan peleado con rinocerontes con armadura, elefantes gigantes o trolls deformes que parecen descendientes de los orcos de El Señor de los Anillos, dudo mucho que se haya apegado mucho a los libros de historia.
Básicamente, 300 es una película para hombres: está cargada de testosterona, heroísmo, actitudes machistas, violencia a cantidades y guerreros musculosos que parecen instructores de Gold’s Gym que alcanzarían para todo un año de ediciones de la revista Playgirl (suficiente motivación para meterse a un gimnasio). Todos los hombres son fuertes y aguerridos, las mujeres espartanas serviles y sensuales y nada aquí es sutil. Los discursos son bombásticos, las batallas hiper-estilizadas y sangrientas y Leonidas, un líder férreo y casi mítico, interpretado con una palpable intensidad por Gerard Butler, que luego de esto ya se merece más reconocimiento.
Lo admito, la trama es prácticamente nula. 300 soldados van a la guerra y les rompen la cara, y eso es todo. Hay una intriga política y un poco de romance, pero son meros rellenos para una historia que nunca se quiere mover del campo de batalla. La narrativa no es su punto fuerte, pero tampoco fue hecha para eso.
300 es un espectáculo, uno que debe disfrutarse en pantalla grande con sonido digital y una gran bolsa de palomitas en la mano: es ese tipo de película. Y aunque tenga fallas, uno no puede negar que el trabajo técnico es impecable. Cada toma de esta película es de fantasía, un deleite visual como ninguno y la interminable serie de batallas coreografiadas y viscerales son una inyección de adrenalina que te hace salir del cine con ganas de lanzarte al combate.
Dentro de una época en la que cada película es un remake o secuela, algo como 300 emerge como un proyecto original y divertido. No es profunda, pero no quiere serlo (aunque el tema diga lo contrario) y no es Ben-Hur para nada. Es otro cómic de carne y hueso, sumamente divertido y cargado de energía.
Ahora que está impuesta la moda de Frank Miller, esperamos, además de la segunda parte de Sin City, una adaptación de Ronin, que es básicamente la versión más seria de Samurai Jack (¿Se acuerdan o no?).