Llegué ayer al antiguo Cine Metro en el centro de Lima, para la inauguración del décimo Festival de Cine Latinoamericano de la PUCP. Este año es la primera vez que me sumerjo de lleno en el festival, en otras ocasiones no me organizaba a tiempo para poder ver ninguna película y para cuando quería comprar entradas, no quedaba nada (mi récord: la única película vista en este evento anteriormente fue la chilena La Fiebre del Loco). Ahora, avalado por mi experiencia en la revista Godard! y una oportuna credencial de prensa, la historia es otra.
Luego de dos semanas de funciones de prensa de todas las películas en competencia (igual no se compara a ver la película con el público general, el ambiente es otra cosa), arrancó la cosa en serio. La Plaza San Martín estaba iluminada por reflectores y en la puerta se aglomeraban dos colas de periodistas, gente común y la fauna de Chollywood. Obedeciendo al típico caos y desorden limeño, estas colas se derramaban por sobre la pista, parando a una interminable cola de taxis y ambulantes. Tras una larga espera, me enviaron arriba al segundo piso, a lo que antes solía llamarse mezzanine (según mi padre). En poco tiempo el edificio se abarrotó de faranduleros. Con lo viejo del edificio, capaz que se venía abajo todo.
El espectáculo se inició con un número teatral de un grupo que era como la versión lorcha de Stomp; bastante entretenido. Luego se dio paso a discursos, de un charro representante de Claro que recordaba los días de Pedro Infante y el de Siomi Lerner (el que no es corrupto). Después vinieron los spots del festival hechos por directores peruanos: Aldo Salvini, Eduardo Mendoza, Claudia Llosa y Josué Méndez. Las palmas definitivamente para la contribución de Llosa, aunque Salvini tenía su gracia. Luego de más números artistícos (donde se armó una combi en pleno escenario en menos de dos minutos), siguieron los discursos. Homenajes para Jorge Suárez y Heddy Honigmann, a quienes no conozco pero ni en pintura, además de un emotivo recordatorio a los que nos dejaron en los últimos meses, incluyendo a Ricardo Fernández, Juan Pablo Rebella y Fabián Bielinsky - se me escapó la lágrima.
Con mucho humor, en un discurso bastante corto para lo que suele hacer, Edgar Saba dio por iniciado el encuentro cinematográfico, evitando también repetir su ya conocida historia de como, en un viaje, él y Alonso Cueto durmieron juntos (ya he escuchado ese sonsonete unas cinco veces). Nuestro gran cineasta, Francisco Lombardi, tomó así el escenario para presentar su nueva película, Mariposa Negra. Motivo de orgullo: primera vez que abría el festival una película peruana en estreno mundial, había que reconocer el esfuerzo de Pancho y su equipo en haberse apurado para terminarla a tiempo. Advirtió que no era una versión definitiva y aún le quedaban cambios por hacer - poniendo el parche antes de la herida.
Seré brutalmente honesto: Mariposa Negra es un bodrio de aquellos. Mala hasta más no poder. Repleta de traspiés. Un asco. ¿Se entiende? Después de dos horas sentado en aquel viejo teatro donde el sonido apenas se escucha, salí con una sensación amarga. Yo siempre he sido fan de Lombardi. Reconozco su habilidad. Dos de sus películas están entre mis favoritas de todos los tiempos (La Boca del Lobo y Tinta Roja). Me cuesta creer que fue ese mismo Pancho responsable de esto. Cuando leí Grandes Miradas, de Alonso Cueto, me pareció un muy buen libro, digno de llevarse al cine. La trama - un juez anticorrupción es asesinado por la dictadura y su novia buscará vengarse del propio Montesinos - es tratada con seriedad, y al caracterizar en el libro a tristemente célebres personajes como Fujimori, el Doc, Laura Bozzo o la Pinchi Pinchi, Cueto logró darle un buen contexto a la historia y contarla con la seriedad apropiada para el caso.
La culpa no es de la novela, es de Giovanna Pollarollo y su deficiente guión. En el libro, cuando Gabriela afirma que matará a Montesinos, uno piensa: "Mira tú, está decidida la mujer". Cuando Melania Urbina lo dijo, el público estalló en risas - no creo que ese era el efecto deseado. Esta versión de la historia es una pobre comedia no intencionada, imposible de tomar en serio, filmada sin ningún estilo, con diálogos sacados de telenovela y actuaciones pobres. Los actores locales aún no se despegan de ese disfuerzo y teatralidad que siempre muestran. Hay excepciones, por supuesto, pero en general así suele ser el estilo por estos lares: exagerar.
Hasta Gustavo Bueno, uno de los mayores referentes actorales del país, entrega aquí una interpretación disforzada y falsa de un personaje que a la larga, no aporta nada al relato. ¿Donde quedaron Gamboa, el Teniente Roca? Parece ser que su estadía en Así es la Vida lo ha atrofiado, porque aquí actúa exactamente igual - pero una serie no es lo mismo que un largometraje. Se ve horrendo.
Melania Urbina, sin ser una genial actriz, sale a mi juicio bien parada de esta debacle, más que nada porque luce regia en todas las escenas. La historia de Alonso Cueto se merecía mejor que esta aburrida ridiculez. Y el ánimo de la mayoría de los asistentes a la salida así lo confirmaba: de funeral. Una total decepción para el cine peruano, que confirma con esta película su falta de industria. Nuestros actores se merecen guiones mejores, o de lo contrario, van a seguir en la misma mediocridad.
Si sueno demasiado duro, disculpen. Pero siempre soy el primero en apoyar las producciones nacionales, me gusta darles una oportunidad, y con algo así de pobre, pierdo las esperanzas. Eso pasa cuando uno se hace expectativas.
Así, arrancó esta edición del festival. La ceremonia, salvo por la película, fue bastante entretenida y prometedora. Quedan nueve días de cine, y sólo puede mejorar.
4 comentarios:
Estamos acostumbrados a ver la pesima calidad de la quien se cree escribir poesia y ser alma de imagenes para el cine.
He aqui su prueba de talento
Giovanna Pollarollo debe estar en su epoca postmenopausica.
El mejor spot el del quinceañero, buenisimo, resume toda la idiosincrasia del latinoamericano, el del bar tambien, los dos los mas cinematograficos.
Estoy en desacuerdo. La película y el Libro son pesimos, un par de bodrios dignos de ser escupidos. Cueto es un autor plano y sobrevalorado, y Lombardi, bueno, ya desde Ojos que no Ven uno se dio cuenta que perdió el toque.
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