Paolini empezó a escribir Eragon la novela cuando tenía apenas 15 años. Eso explica el porque parece las fantasías locas de un niño que ha sido criado en cine fantástico desde la infancia, particularmente la trilogía Star Wars. Todas las críticas lo han mencionado y aunque no es bueno hacer comparaciones, el plagio resulta tan obvio que es bien difícil pasarlo por alto.
Avísenme si se saben esta: un joven granjero, Eragon (Ed Speleers, en un debut para nada auspicioso) descubre un día un dragón bebé, que en tiempo récord (o para no demorar la película) crece a la adultez y le revela que es el elegido en una profecía para detener el reinado de terror del malvado Galbatorix (John Malkovich, debería darte vergüenza). Con la ayuda de un sabio guía, Brom (Jeremy Irons, el único que logra salir bien parado de todo el asunto), Eragon parte a hacer contacto con una banda de rebeldes escondidos que se oponen al imperio, seguido de cerca por Durza (Robert Carlyle), el peligroso secuaz del rey.
Tan obvio es el plagio que hasta se dieron el lujo de copiar una escena de la trilogía de George Lucas. ¿Recuerdan cuando Darth Vader mata a uno de sus súbditos usando la Fuerza por haber fracasado y al momento promueve a otro más? Reemplacen a Vader con Durza y es exactamente lo mismo. Pero no sólo se trata de un plagio: este es el debut de Stefen Fangmeier en la dirección (luego de años trabajando en efectos especiales, que lejos son lo mejor aquí) y se nota, porque tiene varios otros problemas.
Ninguna película fantástica que busca ser épica y memorable puede durar menos de dos horas. La trilogía de Peter Jackson, en su versión completa, dura 11 horas. Uno acaba con el trasero dormido y con unos dolores de pierna horrendos, pero logra su cometido: sumergirnos en un mundo distinto y mágico, y hacer que nos importe. Al costado de tamaño esfuerzo, los 100 minutos de Eragon son casi una burla. El film se pasa demasiado rápido y no da tiempo para profundizar en nada, dejando varios detalles como meras añadiduras a último minuto para darle color, como es el caso de un intrépido aventurero (La versión eragoniana de Han Solo) y el enorme y melenudo moreno líder de los rebeldes (¿Chewbacca?) que aparecen casi al final y no hacen prácticamente nada, como si el guión no supiese que hacer con ellos. Y esta es la impresión que da Eragon : un producto hecho a la carrera y sin mucho pensar, sólo para aprovechar una moda que en un par de años seguro se extinguirá.
Claro, es la primera parte de una trilogía y de seguro, si es que logran hacer las otras dos, puede que mejore: pero este no es un buen comienzo, con un protagonista que tiene el mismo carisma que una piedra. Al final, la taquilla manda y la merecida vapuleada que ha recibido Eragon hacen de una secuela algo difícil. Por lo pronto, prefiero ver de nuevo las 11 horas de El Señor de los Anillos para ver como le hacen verdadera justicia al género fantástico que soplarme este film otra vez.
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