martes, marzo 20, 2007

This... is... SPARTA!!!!!!



El éxito de Sin City hace un par de años puso de moda en Hollywood a su creador, Frank Miller; era de esperarse más adaptaciones de sus obras para la gran pantalla y así es como llegamos a 300, en el que el celebrado autor pasa revista a la batalla de las Termópilas, donde 300 soldados espartanos se enfrentaron al inmenso ejército persa. Y si se están esperando una aburrida lección de historia o un film épico a la mayor gloría de joyas de antaño como Espartaco o Ben-Hur, harían bien en recordar que si bien está basado en hechos reales, este film es, antes que cualquier otra cosa, un cómic.

Desde el principio hasta el final, 300 es un espectáculo visual de primer orden. Filmada, al igual que Sin City, utilizando fondos generados por computadora y usando la novela gráfica casi como un guión, la película nos transporta hacia una antigua Grecia cargada de elementos fantásticos. Es cierto, 300 valientes soldados se enfrentaron a un interminable ejército en Esparta; pero para todo lo demás, Miller, junto con el director Zack Snyder, se tomaron infinitas libertades. A menos que los persas hayan peleado con rinocerontes con armadura, elefantes gigantes o trolls deformes que parecen descendientes de los orcos de El Señor de los Anillos, dudo mucho que se haya apegado mucho a los libros de historia.

Básicamente, 300 es una película para hombres: está cargada de testosterona, heroísmo, actitudes machistas, violencia a cantidades y guerreros musculosos que parecen instructores de Gold’s Gym que alcanzarían para todo un año de ediciones de la revista Playgirl (suficiente motivación para meterse a un gimnasio). Todos los hombres son fuertes y aguerridos, las mujeres espartanas serviles y sensuales y nada aquí es sutil. Los discursos son bombásticos, las batallas hiper-estilizadas y sangrientas y Leonidas, un líder férreo y casi mítico, interpretado con una palpable intensidad por Gerard Butler, que luego de esto ya se merece más reconocimiento.

Lo admito, la trama es prácticamente nula. 300 soldados van a la guerra y les rompen la cara, y eso es todo. Hay una intriga política y un poco de romance, pero son meros rellenos para una historia que nunca se quiere mover del campo de batalla. La narrativa no es su punto fuerte, pero tampoco fue hecha para eso.

300 es un espectáculo, uno que debe disfrutarse en pantalla grande con sonido digital y una gran bolsa de palomitas en la mano: es ese tipo de película. Y aunque tenga fallas, uno no puede negar que el trabajo técnico es impecable. Cada toma de esta película es de fantasía, un deleite visual como ninguno y la interminable serie de batallas coreografiadas y viscerales son una inyección de adrenalina que te hace salir del cine con ganas de lanzarte al combate.

Dentro de una época en la que cada película es un remake o secuela, algo como 300 emerge como un proyecto original y divertido. No es profunda, pero no quiere serlo (aunque el tema diga lo contrario) y no es Ben-Hur para nada. Es otro cómic de carne y hueso, sumamente divertido y cargado de energía.

Ahora que está impuesta la moda de Frank Miller, esperamos, además de la segunda parte de Sin City, una adaptación de Ronin, que es básicamente la versión más seria de Samurai Jack (¿Se acuerdan o no?).


lunes, marzo 19, 2007

Cartas Desde Iwo Jima

La Conquista del Honor, el más reciente filme de Clint Eastwood, era un recuento sobre la icónica batalla de Iwo Jima durante la II Guerra Mundial. Ahora el director la acompaña con otra película sobre el conflicto, aunque desde otro punto de vista y bastante diferente: Cartas Desde Iwo Jima. Si bien el filme anterior se concentraba más en los efectos posteriores a la batalla, cuando Estados Unidos quedó encandilada con la famosa foto de la bandera que ya todos conocemos, esta película se centra en el conflicto mismo, más concretamente en los efectos que tuvo sobre los combatientes japoneses.

Lo que Eastwood buscó con esta película era humanizar al enemigo. Otras películas de guerra muestran a los japoneses como unos locos kamikazes que se lanzan al combate y a la muerte sin pensarlo dos veces. Esta es tal vez la primera vez que se le muestra como seres humanos. Estados Unidos sufrió muchas pérdidas en la guerra, pero los japoneses no se quedaron atrás.

La isla de Iwo Jima era de un terreno difícil e inhóspito, su único valor era como punto estratégico, pero a los soldados japoneses les tocó vivir las peores condiciones. Apertrechados en túneles subterráneos, con pocas municiones y comida, debieron enfrentarse a una fuerza que los superaba numérica y anímicamente. El conflicto es presentado desde dos puntos de vista. Primero está el de Kuribayashi (Ken Watanabe), el férreo comandante dispuesto a hacer su trabajo y proteger a sus hombres, aún sabiendo que los está llevando a una muerte segura. Luego está Saigo (Kazunari Ninomiya), soldado raso que sólo piensa en regresar a casa con su esposa e hijo que aún no conoce, y como muchos soldados en la guerra, no entiende porqué está peleando.

En las trincheras, ya poco importa la nacionalidad o los objetivos mayores: lo único que importa es el hombre que está a tu costado y sobrevivir. Japón insta a sus soldados a pelear por la gloria del imperio, para vencer al enemigo, pero para ellos poco importa. Ambos puntos de vista contrastan la actitud militar de los japoneses. Su apego al honor los hacía sacrificarse, preferían matarse a ser capturados o rendirse, como parte de una fuerte tradición que nadie en occidente podría comprender. Kuribayashi entiende que la única salida es morir, pero al mismo tiempo el fanático Ito (Shido Nakamura) no tiene miramientos en salir al encuentro de un tanque con minas pegadas al cuerpo; y al mismo tiempo, Nachi (Tsuyoshi Ihara) muestra compasión hacia los soldados enemigos porque sabe que, en tiempos de guerra, todos están metidos dentro del mismo saco y poco importa el color de la piel. Los japoneses sufrieron los estragos de la guerra al igual que todos.

Existen otras historias dentro de los túneles de Iwo Jima, pero son las de Kuribayashi, Saigo y Nachi las que perduran en la memoria; entre los tres, dan una clara muestra de la mentalidad nipona durante el conflicto. Lo que Eastwood ha creado aquí es un film anti-bélico de imágenes poderosas y chocantes (Al ver a todo un grupo de soldados suicidarse con granadas, uno no puede evitar preguntarse que si tal vez Japón hubiese dejado su fanatismo de lado, no habrían sufrido tantas pérdidas), no sólo logra mostrar el lado humano de un pueblo que varias veces ha sido demonizado en el cine, sino que evita cualquier dosis de patriotismo insufrible que siempre encontramos en películas que ven la guerra desde el lado de los ganadores.

Puestas juntas, ambas películas constituyen un esclarecedor, interesante y crudo panorama de lo que fue una de las batallas emblema de la II Guerra Mundial, siempre desde el punto de vista del hombre común. Una excelente lección de historia de parte de un director consagrado, imperdible.